lunes, 2 de noviembre de 2009

El Alba que nació de un anochecer

Por fin aquella mañana despertó y los cristales no estaban empañados. Por fin el sol la deslumbró tanto que sintió su calor en la piel, tan intenso como aquel verano. Y sonrió y se bebió el agua de un nenúfar para desayunar.

Cuando aquella noche se tornó oscura buscó una estrella. Y aunque sintió el desasosiego de un pálpito de corazón incesante por fin la encontró y la hizo suya. Igual que cuando una vez se sintió sola y ella vino a hacerla compañía para siempre.

Y ya parecía todo tan lejano que apenas recordaba cuando el cielo se tornó rojito y el Mistral se caló en sus huesos para intentar enfriar su alma. Tan lejano y a la vez tan cercano, una vez más sintió el escalofrío del miedo a todo lo acontecible.

Y sonrió. Y se comió la miel de la flor más bella de la pradera.

Y después se fue con ella porque quería que la hiciese compañía en su camino aún por dibujar.

Y una vez, muchos años después, los caminantes que iban también hacia el infinito pasaron por aquel camino perfilado de helechos.


Una vez te envié el reflejo de mi Luna en un poema. Guárdalo para siempre cerca de un latido de tu corazón.

1 comentario:

  1. gracias por volver...tardé en encontrar esa voz que seguía susurrando en la noche....sabía que alguien seguía acariciando con su voz la aspera madrugada....esa brisa eras tú,gracias

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