lunes, 24 de junio de 2013

Otra carta al poeta

Querido Poeta:
Ha pasado ya mucho tiempo desde que te plagié por primera vez, ya ni me acuerdo si sabía andar siquiera. Pero sí me acuerdo que sabía escribir. Como siempre, a trompicones. De acuerdo que no te importase que te copiase así alegremente, pero luego bien que intentaste buscar inconexión en mis frases atropelladas.
Como ya te dije el otro día conocí a Juan Pedro. Fue justo antes de que me saliesen las alas. Ummm, espero que todo el polvo blanco que suelto sea mágico, porque sino no le encuentro sentido, tanto se manchó tu diván que deberías dejarme de hablar por siempre, y esta vez de verdad.
No te conté que fuimos a pasear durante un siglo, porque nunca nos cansábamos de mirar alrededor nuestro. Tratábamos de encontrar algo que nos acompañase y al final tratar de alejarlo, como siempre, para que nada nos molestase en nuestro refugio infinito.
Menos mal que ya por fin me olvidé del pequeño huevo que fui. Menos mal. Porque ya no me acordaba de qué color era y eso me hacía sentirme confuso. Vaya. Como si hubiese dejado de estarlo algún día. Como ella. Como ella, como Cherisa, que lleva sobrevolándose una eternidad y espera que acabe para buscar otra. Y sólo espero que a mi lado, sino la echaría tanto de menos...
Pues así pasan los días Poeta, entre Juan Pedro, Cherisa y todos los demás. Hay también un hada rubita que me hace mucha gracia, tal vez la invite un día a unirse a la pandilla de seres y ex-seres reptantes.
Bueno Poeta, te voy a dejar por hoy, estoy tan difícil que hasta yo me pierdo en mis palabras. Es lo mejor que me puede pasar de todos modos, porque si me hubieses encontrado en una estrofa brillante no seguirías por ahí buscando la siguiente que escriba.
Con todos mis respetos, y hasta pronto, espero.

Para todos aquellos seres virtuosos que nunca dejarán de esperar que nosotros, pobres, lo seamos. Por siempre.

jueves, 20 de junio de 2013

El cuento de Juan Pedro

Era una salvaje. Despiadada, al punto de ser inhumana. Sí, se los comió a todos, y rebañó sus huesos sin piedad hasta extraerles la última gota de tuétano. Y luego los echo en el peor lugar del mundo... en el olvido.
Pero un noche de verano, de esas que huele tan bien la flor del naranjo, un pequeño gusanito movió un hueso y se dio cuenta de que aún le quedaba vida. Y tanto lo movió que al final se tornó en un ser reencarnado, tan guapo y apuesto como los príncipes de cuentos de hada.
Y el príncipe, que se quiso llamar Juan Pedro, se fue con el gusanito buscando un nuevo sitio donde vivir donde nunca jamás le volviese a encontrar aquella bestia.
Y pasaron las noches, y los días, y aunque algún amanecer se perdiese, eran realmente felices. Una vez uno quiso hacer un castillo de arena y el otro tomar el sol. Otra vez uno quería jugar y el otro tan sólo conversar. Y hasta un día uno quería almorzar bajo el sol y el otro cenar a la luz de las velas.
E hicieron un castillo de arena tan grande que tenía hasta una azotea para tomar el sol, y jugaron a las palabras encadenadas, y almorzaron con velas mientras reían cuando veían como las derretía el sol.
Y pasaron los años, no me acuerdo ya cuantos... la verdad es que soy demasiado vieja para tener tantos recuerdos.
Y un día volvió la bestia. Igual de salvaje. Más aún si cabía. Buscando la carroña que dejó en el valle del olvido. Y como era tan lista se dio cuenta que le faltaba un hueso, y montó tanto en cólera que hasta los pájaros del cielo y los peces del mar huyeron despavoridos por su mugidos infernales.
Y decidió buscar aquel hueso, y fue hasta a ver a Paulo a ver si la ayudaba. Pero él no se fiaba de ella y no le contó nada, aunque sabía donde estaba Juan Pedro porque alguna vez le llamó para tomar una zarzaparrilla.
Así pasó la vida la bestia. Buscándolos a ellos. Hasta que alguna noche creo que se cansó y solo decidió dormir el resto de sus días. Y ellos huyendo de ella, pero por desgracia respirando su halo de fuego, denso, ahogadizo como nunca, cada vez que miraban hacia atrás porque sentían miedo.
Yo no se de ellos hace tiempo. Supongo siguen diseñando esos castillos de arena que nunca serán ninguna obra de arte... pero que castillo que se precie no tiene una azotea para tomar el sol...
Sólo se que al final los otros huesos se movieron otro día y por eso el mundo está lleno de príncipes y princesas... por eso jamás desaparecerá La Tierra de los Cuentos.


Para todos aquellos que seguirán siempre creyendo en los cuentos de hadas. Y para los que no pueden creer pero quisiesen. Y para los que no quieren creer pero pudiesen.