lunes, 8 de agosto de 2011

El cuento de la luna que se perdió en el mar

Erase una vez una luna que se perdió en el mar. Fue una vez que se fue a mirar y como se tornó vanidosa se le olvidó por donde se volvía al cielo. Y como no supo volver en muchos siglos se quedó a vivir en el océano.

Entonces las noches se volvieron oscuras, nadie entendía el porqué. Pero todos estaban muy preocupados porque los peces de plata se asomaban tanto buscando la luz que muchos se atragantaban con el mistral y nunca más tornaban a jugar con las posidonias. Y los amaneceres se volvieron tan rojos que hasta los duendes más valientes se escondían en la seta más recóndita porque les daba miedo mirar el alba. Y los pinos que custodiaban la orilla se volvieron amarillos porque cada atardecer un escalofrío les secaba una espina.

Menos mal que una sirena que era muy lista decidió coger a la luna traviesa y ponerla en la cresta de una ola. Y los tritones soplaron tan fuerte que levantaron tanta espuma de sal que durante algún día y muchas noches se vio una columna que llegaba casi al infinito por encima del horizonte. Y aquella noche en que todas las hadas lloraban porque no encontraban su magia entre tanta tiniebla burlona, un frío glacial recorrió todas las almas para escaparse a la nada, y las hizo recuperar su calor, y todos lloraron otra vez con lágrimas de sal por la alegría que les desbordaba nosequé sentimiento.

Por eso cada noche la luna se refleja sólo en el ombligo de aquellas almas que nunca acabaron de crecer. Y a veces la luna se cuela en las tripas de alguna. Como aquella vez en que fuimos puros. Como cuando viajábamos en un sueño sólo porque pensábamos en cosas bonitas.


Sólo espero alguna noche volver a recuperar el rayo de luna que perdí. Tal vez se lo llevo una ola de mar, tal vez se tornó sal y se fue en una lágrima.