miércoles, 11 de agosto de 2010

El cuento del duende y la lunita

Erase una vez una pequeña luna que se perdió en agosto. Su mamá se había ido hacía dos días a visitar a un amigo que vivía en uno de los anillos orbitantes, y ella se aburría tanto que decidió darse un paseo por donde habita el alba.

Y se tropezó con una estrella errante que corría como una exhalación y por eso se cayó al bosque, justo donde habitan las sombras. Y se encontró con el duende rey, que la invitó a almorzar y dormir la siesta bajo su eucalipto favorito.

Entonces fue cuando se hicieron tan amigos, y él le contó que una vez estuvo enamorado y que una noche oscura su amada se perdió. Y la lunita le dijo que, como ella también estaba perdida, iba a ir con él a buscarla.

Y se fueron a una montaña muy alta. Y allí no estaba. Y bajaron a los valles y a los otros bosques donde la luz del día hace que crezcan las más bellas flores, pero también sin éxito alguno. Y se cansaron tanto de caminar que cayeron exhaustos y durmieron durante noches y días. Y aunque sus fuerzas desfallecieron muchos momentos de frío nunca cesaron en su empeño porque como se hicieron tan amigos se lo pasaban muy bien hablando y hablando, contándose sus pequeñas vidas e imaginándolas grandiosas y llenas de aventuras increíbles.

Y una noche clara como un día llegaron al gran lago. Y allí estaba ella, blanca y majestuosa como nunca. Entonces el duende de las sombras lo recordó todo: ellas siempre había estado allí esperándole. Sólo pasó que un alba que ella se hizo muy pequeña a él se le olvidó, y por eso se fue errante durante tanto tiempo. Y ya nunca más se separaron porque encontraron juntos el camino donde para siempre mora el amor.

Y la pequeña luna también encontró a su mamá y se fue con ella a contarle todo lo que el duende le relató, una y otra noche.


Si una noche crees que me he perdido búscame en el reflejo del lago donde mora mi alma para siempre.