viernes, 8 de abril de 2011

Sólo existimos

Tantas veces te he soñado que nunca llego a entender por qué nunca las mariposas de mis tripas dejaron de aletear cuando te iba a ver.

Tantas veces quise ser tu tabla de náufrago, tu estrella polar en la noche perdida, tu utopía alcanzada. Y al final creo que sólo me convertí en la gota de lluvia que un día se posó en mi ventana y donde se reflejaron tus ojos, porque aunque se que cada latido por ti fue lo más cierto que jamás sintió nadie, mis tañidos sonaban tan débiles que se los tragó la tormenta.

Y nunca llegué a ser Penélope para tejer tu colcha, ansiosa de besos y de piel salada, ávida de sueños por cumplir, vehemente del amor que está por encima de todo. Porque me niego a creer que haya algo que esté por encima del amor, porque por mucho que tengamos que morar en esta vida lejos de La Tierra de los Cuentos, no puedo, no quiero, no soy capaz de admitir otra cosa.

Y aún así te sigo soñando por detrás de un mar de lágrimas imaginarias que un lagarto nunca llegó a echar. Y me hundo, me rindo, me vuelvo a levantar llena de esperanza, y vuelvo a llorar porque estoy muy triste.

Porque yo aposté por nuestro amor por encima de todo, una y mil veces, siempre. Y porque ya creía que no podía llorar más y es mentira, y me alegro, porque te sigo sintiendo, porque mi pasión no se ha acabado, porque no me he vuelto de piedra ni de sal como Edith por mucho que me vuelva una y otra vez a mirar hacia atrás.

Esta noche sólo te quería escribir un cuento de esos penosos que escribo yo, de estos que antes leías, tal vez para que caiga en el olvido como otros tantos, tal vez para que ni siquiera lo lea nadie. No, mejor lo voy a poner en la pata de una paloma para que lo lleve a tu ventana.


Sólo existimos porque alguien nos piensa, nos necesita, nos ama...
...y yo no quiero nunca más dejar de existir.

martes, 5 de abril de 2011

El cuaderno de bitácora

Erase una vez una sirena que encontró un cuaderno de bitácora que fue de un marinero que, una mañana, decidió llegar al país donde nace el sol. Y después se marchó a recorrer el mundo durante tantos años que un día olvidó de donde venía. El cuaderno era muy muy antiguo, por eso tenía el color amarillento de los niños que no conocen la luz del sol y el dulce olor a humedad enrarecida por los tiempos.

Y buscando entre sus páginas encontró un poema de amor que, sin duda, escribió un ser virtuoso para su amada, un hada llamada Albedrío que nació un amanecer de abril después de una tormenta marina.

Entonces se acordó que ella conoció a ese hada cuando todavía era una niña, en el siglo donde las mujeres llevaban túnicas de algodón blanco y las diosas dejaban entrever su blanca piel con tules de seda rosa. Y se acordó de que una vez le prestó un cuaderno de bitácora que tenía cosas escritas sobre nosequé estrellas, en latín y tal vez en un raro idioma llamado español, que se hablaba en un país muy lejano que una vez escuchó que estaba más allá de varios horizontes. Lo que no se acordaba es por qué aquel poeta lo cogió una vez y se lo llevó para plasmar sus versos en aquellas enormes hojas de pergamino.

Y como tanto le gustó decidió guardar el cuaderno en una caja de cartón y oro que encontró en el desván de Neptuno, lejos de los traviesos tritones que coleteaban por las tardes de estío para refrescarse. Y aunque nunca se olvidó de él tal vez se despistó de donde lo escondió. Así tal vez otra sirena lo encontrará cuando pasen mil siglos para que el poema no caiga nunca en el olvido.


Para todos los que se marcharon sin escribir un verso y para todos los que viven en la carestía de buscar el más bello escrito nunca jamás.