martes, 22 de septiembre de 2015

Hielo ardiente que no quema y abrasa

Hoy me desperté muy cansada de romper una y otra vez los girones de todos esos poemas malditos que dejé tirados encima de mi mesa.
Y encima tuve que volver a releer que eres mortal... y una vez más prefiero pensar que lo sentiste tan solo un segundo...
Ya no se si volver a poner el reloj a las cuatro y diez para siempre, o poco antes de que den las diez, o desabrir todas las botellas y perderme para siempre en tu d.t.... menos mal que al menos borré cien mil noches sin Luna que eclipsaban aquel camino...

Pues mira, al menos los quemé todos y de sus cenizas salió el humo de mi último cigarrillo...

Pero otra vez ayer me di cuenta de que por más que trato de escribir un poema bonito no soy capaz de que acabe bien, como le pasa al maestro... no soy capaz de escribir en línea recta porque mi alma se altera tanto con los sentimientos que baila y baila y se vuelve otra vez a torcer el tobillo... y llora otra vez... y esta vez con lágrimas invisibles... las que duelen y duelen al clavarse en las mejillas...

Me paralizo. No sé. O no quiero saber. O tengo miedo de moverme. Pero no puedo. Así lo que tanto me hace sangrar las mejillas hoy y me llena de sangre los ojos, esas cuchillas que me arañan las mejillas y me dejan una vez más esas cicatrices incurables... creo se quedarán conmigo para siempre. Creo. No lo sé. O no lo quiero saber. Pero esta noche sí...

Al final guardaré las putas cenizas... ya no sé ni para qué...
Lo que me hiere el alma... es que me trabé en el puto camino y me volví a quedar como hacía siglos... muda... mirando a la Luna... y con lágrimas...

La guardo y la guardo, la pierdo y la busco. La encontré. Esta vez sí. Y la perdí. Y no soy capaz de mirar hacia arriba para pedir consuelo para enjugarme las lágrimas...