lunes, 28 de marzo de 2011

Desde la inopia de un almanaque amarillento

Hace mucho mucho tiempo que un hada atrapó una estrella y se la trajo a vivir al bosque donde conviven los seres virtuosos con aquellos que pululan eternamente a ver si encuentran magia. Y construyó un castillo de papel para que la estrella tuviese una casita lo suficientemente grande para expandir su blanca luz.

Y entonces se fue a trabajar de maga para un brujo que vendía trucos para niños y locos, para poder comprar mucho papel y que el castillo se hiciese grande y majestuoso. Y como era muy persistente aprendió artimañas suficientes para tener a su público embelesado tarde tras tarde. Y así poco a poco erigió un bodrio de atalaya que ella veía como un la mayor fortaleza jamás edificada.

Y entonces se encontró con un duende que le regaló una tormenta de otoño y se enamoró de él. Y le invitó a cenar a su castillo, una sopa de flores silvestres y una tarta de arándanos de los que crecen en lo más alto de la montaña. Y aunque al duende no le gustó la cena porque la sopa estaba sosa y fría y la tarta insípida y caliente se quedó a dormir en la cama grande de algodón, una y otro noche, nunca se supo muy bien por qué.


Hace ya mucho tiempo de esta historia, y esta tarde vi al hada paseando por el bosque con su estrella de la mano. Tal vez mañana si la vuelvo a ver le preguntaré por el duende de la tormenta.


Dedicado a los seres virtuosos que serán capaces de escribir el fin de ésta o cualquier otra historia. Desde la inopia de un almanaque amarillento.

domingo, 27 de marzo de 2011

Historia de un gato

Erase una vez una gato que tenía un ojo verde y otro violeta, tal vez por eso le llamaban Arco Iris. Y una noche que se cayó por la ventana se dio cuenta de que había ya gastado seis vidas, por eso se fue a buscar aventuras para apurar la última lo mejor posible.

Y entonces se fue a buscar a un amigo que hacía mucho tiempo que no veía, desde que ambos eran bolitas de pelo correteando detrás del ovillo de una abuelita que se mecía al atardecer. Y cuando lo encontró se alegró tanto de verlo que lo invitó a correr su última aventura con él.

Y así se fueron a buscar la nube que se les escapó una vez cuando correteaban y saltaban detrás de ella para atraparla. Y exhaustos acabaron durmiendo la siesta en el bosque donde tantas tardes pasaron antaño.

Y fueron a cazar ratones, y a beber leche a escondidas, y a jugar con los saltamontes y las salamanquesas que habitaban en los patios de los vecinos. Y después se escondieron debajo de la camita de aquella abuelita que ya gastó las siete vidas hacía ya tiempo.

Pero un día su amigo, que se llamaba Negrito porque era aún más negro que la pez, decidió volver a su casita porque se asustó un día que le persiguió un perro y, pensó, que como no se acordaba de cuantas vidas le quedaban, quería estar tranquilito en su casita por si acaso.

Y Arco Iris se fue solito a buscar su aventura. Y cuenta la leyenda que vivió la más fascinante, pero que muchas noches, sobre todo cuando menguaba la luna, añoraba tanto a su amiguito que sus ojos bicolor brillaban mucho más que las estrellas del cielo.


Cuando alguien nos deja de pensar, nos deja de necesitar, se nos muere una vida. Así hasta que se nos marchan las siete.