Hace mucho mucho tiempo que un hada atrapó una estrella y se la trajo a vivir al bosque donde conviven los seres virtuosos con aquellos que pululan eternamente a ver si encuentran magia. Y construyó un castillo de papel para que la estrella tuviese una casita lo suficientemente grande para expandir su blanca luz.
Y entonces se fue a trabajar de maga para un brujo que vendía trucos para niños y locos, para poder comprar mucho papel y que el castillo se hiciese grande y majestuoso. Y como era muy persistente aprendió artimañas suficientes para tener a su público embelesado tarde tras tarde. Y así poco a poco erigió un bodrio de atalaya que ella veía como un la mayor fortaleza jamás edificada.
Y entonces se encontró con un duende que le regaló una tormenta de otoño y se enamoró de él. Y le invitó a cenar a su castillo, una sopa de flores silvestres y una tarta de arándanos de los que crecen en lo más alto de la montaña. Y aunque al duende no le gustó la cena porque la sopa estaba sosa y fría y la tarta insípida y caliente se quedó a dormir en la cama grande de algodón, una y otro noche, nunca se supo muy bien por qué.
Hace ya mucho tiempo de esta historia, y esta tarde vi al hada paseando por el bosque con su estrella de la mano. Tal vez mañana si la vuelvo a ver le preguntaré por el duende de la tormenta.
Dedicado a los seres virtuosos que serán capaces de escribir el fin de ésta o cualquier otra historia. Desde la inopia de un almanaque amarillento.
lunes, 28 de marzo de 2011
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tal vez atrapado en el hondo rumor de los números repetidos,pero siempre si es que las tormentas me permiten dormir,me acunan tus cuentos.No olvides que no te olvido.
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