jueves, 20 de junio de 2013

El cuento de Juan Pedro

Era una salvaje. Despiadada, al punto de ser inhumana. Sí, se los comió a todos, y rebañó sus huesos sin piedad hasta extraerles la última gota de tuétano. Y luego los echo en el peor lugar del mundo... en el olvido.
Pero un noche de verano, de esas que huele tan bien la flor del naranjo, un pequeño gusanito movió un hueso y se dio cuenta de que aún le quedaba vida. Y tanto lo movió que al final se tornó en un ser reencarnado, tan guapo y apuesto como los príncipes de cuentos de hada.
Y el príncipe, que se quiso llamar Juan Pedro, se fue con el gusanito buscando un nuevo sitio donde vivir donde nunca jamás le volviese a encontrar aquella bestia.
Y pasaron las noches, y los días, y aunque algún amanecer se perdiese, eran realmente felices. Una vez uno quiso hacer un castillo de arena y el otro tomar el sol. Otra vez uno quería jugar y el otro tan sólo conversar. Y hasta un día uno quería almorzar bajo el sol y el otro cenar a la luz de las velas.
E hicieron un castillo de arena tan grande que tenía hasta una azotea para tomar el sol, y jugaron a las palabras encadenadas, y almorzaron con velas mientras reían cuando veían como las derretía el sol.
Y pasaron los años, no me acuerdo ya cuantos... la verdad es que soy demasiado vieja para tener tantos recuerdos.
Y un día volvió la bestia. Igual de salvaje. Más aún si cabía. Buscando la carroña que dejó en el valle del olvido. Y como era tan lista se dio cuenta que le faltaba un hueso, y montó tanto en cólera que hasta los pájaros del cielo y los peces del mar huyeron despavoridos por su mugidos infernales.
Y decidió buscar aquel hueso, y fue hasta a ver a Paulo a ver si la ayudaba. Pero él no se fiaba de ella y no le contó nada, aunque sabía donde estaba Juan Pedro porque alguna vez le llamó para tomar una zarzaparrilla.
Así pasó la vida la bestia. Buscándolos a ellos. Hasta que alguna noche creo que se cansó y solo decidió dormir el resto de sus días. Y ellos huyendo de ella, pero por desgracia respirando su halo de fuego, denso, ahogadizo como nunca, cada vez que miraban hacia atrás porque sentían miedo.
Yo no se de ellos hace tiempo. Supongo siguen diseñando esos castillos de arena que nunca serán ninguna obra de arte... pero que castillo que se precie no tiene una azotea para tomar el sol...
Sólo se que al final los otros huesos se movieron otro día y por eso el mundo está lleno de príncipes y princesas... por eso jamás desaparecerá La Tierra de los Cuentos.


Para todos aquellos que seguirán siempre creyendo en los cuentos de hadas. Y para los que no pueden creer pero quisiesen. Y para los que no quieren creer pero pudiesen.

1 comentario:

  1. no importa cuantas bestias puedan venir a intentar quitarme los sueños, yo siempre creeré en ti porque tu creíste en mi primero, gracias por visitarme y no pienses que me he olvidado de ti, porque estás en mi mente más viva que nunca

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