Erase una vez un niño que se perdió en el brillo de un rayo de luna. Y anduvo tanto tiempo buscando la salida de aquel túnel eterno que tuvo la sensación de hacerse muy mayor.
Así pasaron los días, tal vez los años. Y llegó un momento en que no recordaba de dónde era, de dónde venía. Y se sintió confuso, triste, desamparado de aquella voz que le arrullaba cuando llegaba la noche.
Entonces se paró a pensar. A dormir y a despertar sin tregua ni fin. Y cada noche tenía muchos sueños dulces, pero cada mañana su despertar se tornaba cuasi amargo porque el amanecer parecía llevarse sus deseos tan lejos como aquel día. Aunque tal vez el alba sólo fuese el sueño que adornaba la verdad de su existencia.
Cuando los siglos tiñeron de plata sus sienes se despertó una mañana y vio que aquella luz cegadora se había vuelto tenue y amigable. Así volvió otra vez y encontró todas esas cosas que tanto anhelaba. Así percibió el murmullo de aquella voz, que todavía seguía sonando en el retumbo de sus pensamientos. O tal vez nunca más volvió a sentir su presencia porque se habría desvanecido para siempre.
Nunca dejes de sentir los sueños de niño. Si un día los pierdes nunca más volverás a sentirte inocente.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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