Y descubrió el océano, y tanto le gustó que se le pasó la pena y sus ojos se tornaron dos luceros del alba.
Así cada mañana iba a ver el cielo volverse de mil colores, como en los sueños que una vez quiso tener, o que tal vez sí tuvo. Y olía a sal, y a peces plateados, y a estrellas de coral.
Así cada día, hasta que uno en el que se acordó de nosequé que ya ha olvidado llego un príncipe azul en un caballo blanco. Y entonces de repente se dio cuenta de por qué aquella noche de invierno se fue hasta allí: estaba buscando su príncipe al lado del mar.
Y como en todos los cuentos que se precien, vivieron felices y comieron perdices… lo malo es que algunas veces venía un principito que nació de una noche de luna y se las comía todas, ¿o era una princesita? Pues como este cuento no se ha acabado, ya lo veremos…
Para todas aquellas princesas que un día descubrieron el mar. Como ella, como el mismo oceano. Como si fuese la primera vez que una ola irrumpiese en un sueño.
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