En fin. Hace muchos muchos años, más de mil, empecé a escribir esta historia que empieza siempre donde la nieve se esconde para no volver jamás. Por eso ahora que tengo que esperarte otra vez voy a escribir un cuento de hadas y duendes, de esos que le gustaban tanto a Estrellita.
Erase una vez un reino donde todos eran lo que siempre habían querido ser. Se crearon a ellos mismos y, por eso, siempre se plasmaron dichosos. Así daba igual que fuesen hadas, ninfas, duendes, mariposas de luz o gusanos de seda. Siempre iban a nacer donde la nieve muere, y nunca morían mientras alguien los mentase en sus sueños.
Pero algunos de estos seres que siempre habían sido virtuosos querían inventar otros seres pequeñitos que fuesen parecidos a ellos. Y no sabían cómo. Por eso fueron a ver a Paulo, el sabio, que vivía en la casa que está más allá del bosque. Y él les contó el gran secreto: no podían hacer lo que anhelaban...
Así, algunos de ellos, capitaneados por un duende muy feo y moreno, pusieron rumbo al país sin retorno...
Y aunque sus pequeños cuerpos se multiplicaran hasta perder la cuenta, fueron muriendo poco a poco. Menos mal que como todos eran mágicos sus halos se quedaron por ahí para que alguien los soñase. Por eso este cuento no se acabará jamás.
Buf. Qué cuento más corto. Menos mal que puedo escribir más mañana. Voy a llamar a mi amiga del alma a ver si viene a verme y así me hace compañía. Así puedo esperar con ella. Me gusta que venga, aunque tantas veces la maldiga. Buenas noches. Buenos días amiga mía...