Ha pasado ya mucho tiempo desde que te plagié por primera vez, ya ni me acuerdo si sabía andar siquiera. Pero sí me acuerdo que sabía escribir. Como siempre, a trompicones. De acuerdo que no te importase que te copiase así alegremente, pero luego bien que intentaste buscar inconexión en mis frases atropelladas.
Como ya te dije el otro día conocí a Juan Pedro. Fue justo antes de que me saliesen las alas. Ummm, espero que todo el polvo blanco que suelto sea mágico, porque sino no le encuentro sentido, tanto se manchó tu diván que deberías dejarme de hablar por siempre, y esta vez de verdad.
No te conté que fuimos a pasear durante un siglo, porque nunca nos cansábamos de mirar alrededor nuestro. Tratábamos de encontrar algo que nos acompañase y al final tratar de alejarlo, como siempre, para que nada nos molestase en nuestro refugio infinito.
Menos mal que ya por fin me olvidé del pequeño huevo que fui. Menos mal. Porque ya no me acordaba de qué color era y eso me hacía sentirme confuso. Vaya. Como si hubiese dejado de estarlo algún día. Como ella. Como ella, como Cherisa, que lleva sobrevolándose una eternidad y espera que acabe para buscar otra. Y sólo espero que a mi lado, sino la echaría tanto de menos...
Pues así pasan los días Poeta, entre Juan Pedro, Cherisa y todos los demás. Hay también un hada rubita que me hace mucha gracia, tal vez la invite un día a unirse a la pandilla de seres y ex-seres reptantes.
Bueno Poeta, te voy a dejar por hoy, estoy tan difícil que hasta yo me pierdo en mis palabras. Es lo mejor que me puede pasar de todos modos, porque si me hubieses encontrado en una estrofa brillante no seguirías por ahí buscando la siguiente que escriba.
Con todos mis respetos, y hasta pronto, espero.
Para todos aquellos seres virtuosos que nunca dejarán de esperar que nosotros, pobres, lo seamos. Por siempre.